Por Francisco Ivorra, Director en People Excellence

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Todos nosotros en nuestro día a día nos encontramos con multitud de organizaciones cuyas prácticas de gestión de personas difieren realmente poco entre sí. Por desgracia, son demasiadas las organizaciones que comparten lo que podríamos denominar “acciones neutras de impacto motivacional” en sus sistemas de integración de equipos y comunicación de estrategias.

Para definir este concepto es necesario recordar que la gestión de un equipo de personas y, el objetivo de gestionar una empresa en términos de personas, implica alinear a éstas para alcanzar su máximo rendimiento y capacidad. Todo lo que no sea conseguir este resultado es lo que hemos denominado acción neutra de impacto motivacional.

Planteo estas reflexiones mientras leo un libro sobre la antigua Roma y la Era de sus grandes emperadores, cónsules y questores, y mientras me pregunto cómo serían las empresas actuales si pudiesen funcionar al estilo de aquellos líderes y cuáles serían los procesos que permitían guiar a sus legiones con voluntad ciega en sus actos y esfuerzos, muchos de los cuales hoy nos parecen sobrehumanos, en términos de capacidad. No es, ni mucho menos, la intención de este artículo rememorar de manera poco realista épocas pasadas, sino recordar que toda lección consagrada históricamente puede servirnos para enfatizar puntos de mejora en nuestro funcionamiento actual.

Desde mi perspectiva de consultor, si observamos la frecuencia con la que las organizaciones cuentan con ausencia de un único objetivo, o quizás sea más correcto, la carencia de un objetivo compartido, de un propósito común al que las personas que integran una compañía se refieren para hacer las cosas, seguramente nos sorprenderíamos.

Y esto es importante, porque estas lecciones inciden en la necesidad de objetivos compartidos y un equipo de personas no puede ser eficaz si no se alinea en un mismo objetivo. Para lograrlo, la clave no es sólo la comunicación, hace falta voluntad y esfuerzo. Voluntad como facultad de decidir y ordenar la propia conducta y esfuerzo como vigor o actividad del ánimo para conseguir algo venciendo dificultades. Son estas dos cualidades las que, en muchas ocasiones, se echan en falta en el funcionamiento de los equipos de personas de hoy en día. Las organizaciones necesitan personas al frente capaces de saber liderar y dirigir a sus equipos y plantillas hacia esos resultados y conductas. Sólo cuando te encuentras con personas así, sabes que los retos y objetivos que se marcan no sólo son alcanzables, sino que además serán alcanzados.

La realidad hoy en día es muy distinta a la que se enfrentaron otros líderes pasados en las historias del libro que ocupa estos días mi cabecera; los fracasos existieron y con mucha frecuencia, pero a pesar de ellos Aníbal logró cruzar los Alpes frente a todo pronóstico y Publio Cornelio Escipión doblegó África con las legiones malditas. En tiempos más actuales W. Churchill logró su Gobierno de coalición con el mítico “no nos rendiremos jamás” y, más recientemente, la selección de rugby de Sudáfrica o el mismo Rafa Nadal en nuestros días han sido y son claros ejemplos de esa actitud invencible de un líder. Saber crear los entornos de éxito es algo reservado a muy pocos pero no por ello debemos limitarnos en el empeño de mostrar permanentemente acciones que exijan de nuestros líderes esa actitud para con sus equipos, porque no queremos sólo resultados sino éxito y gloria en todas las acciones que nos proponemos o en las que nos embarcamos.

Desde aquí quisiera agradecer a todos esos líderes que invierten su tiempo y esfuerzo en preparar y alinear a sus personas para un objetivo común. Habrá otras formas de conseguir resultados pero, sin duda, ésta última es la más gratificante.

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