Cultura y marca, dos caras de una moneda

Por Rodrigo Llorente, manager en People Excellence

Rodrigo LlorenteSiempre me ha parecido asombroso el poder que ciertas marcas tienen para encandilarnos a los consumidores y crear auténticos fans, como si de estrellas de cine o de la música se tratasen. Y es que determinadas organizaciones, a través de sus marcas consiguen establecer con sus fans unos vínculos emocionales alterándoles incluso sus estilos de vida.

Me gusta la idea de conceptualizar la organización como un organismo vivo. Al fin y al cabo, cumple con muchos de los pasos característicos del ciclo vital de los mismos:

Primero nace, generalmente de una idea u oportunidad detectada por la unión de un grupo de socios accionistas encandilados por un “enamoramiento profesional mutuo” (si me permitís la expresión).

Después crece, utilizamos por ejemplo, el concepto de “crecimiento orgánico”, cuando una empresa crece desde adentro, creando nuevos recursos, líneas de negocio, expansión internacional, también denominado crecimiento natural.

En los mejores casos, una organización evoluciona y mejora para adaptarse a su entorno para sobrevivir, tal y como hacen los organismos desde la visión darwinista. En caso contrario, al igual que ocurre con los seres vivos, una organización no es eterna y generalmente, si los procesos de transformación no tienen lugar en tiempo y forma inevitablemente desaparece de un entorno que así lo exige.

Aunque todo esto es ya de por sí, es bastante ilustrativo hay algo que todavía me llama más la atención, me refiero a un proceso más íntimo, cercano y propio de los seres vivos que una organización y en concreto una marca, son capaces de emular. Algo tan exclusivo e inexplicable aún desde las ciencias del comportamiento humano como es la capacidad de atracción o enamoramiento.

¿Podemos, de verdad, enamoramos, de determinadas organizaciones o de las marcas que las representan?