Francesc Galvan, Manager de People Excellence
En la actualidad, tenemos un contexto social, político y laboral muy adverso. Desde hace cinco años, la palabra CRISIS es la que más se escucha por doquier. Cada día vemos ERES, desahucios, cierres de empresas, huelgas, cargas policiales, reducción de salarios y pagas extraordinarias, recortes, reformas, casos de corrupción y otros problemas tanto nacionales como internacionales.
Algunos de ellos nos afectan personalmente y de forma importante. Algún familiar, amigo o conocido está actualmente en el paro, los gastos del colegio no paran de subir, la gasolina es casi un bien de lujo, el cine cuesta ahora una barbaridad y además, nos damos cuenta de que llegamos a fin de mes muy justos por lo que tenemos que hacer cábalas para reducir nuestro tren de vida y seguir haciendo recortes.
Todo ello nos provoca irritabilidad, pesimismo, malestar, insomnio, y un largo etc. Además, aprovechamos para desahogarnos con nuestros compañeros, colegas y amigos los cuales también nos hablan de sus desgracias y al final acabamos todavía más indignados por la situación actual. Es el pez que se muerde la cola, pero que nos tranquiliza ya que no somos los únicos y hay otros peor que nosotros, como los sabios pobres y míseros de Calderón de la Barca.
Con todo este peso en nuestras espaldas y cuando llega la hora de trabajar, nos resulta muy difícil quitarnos esa mochila llena de cemento en la puerta de la empresa, por lo que cuando tenemos una situación tensa, nos resulta muy difícil auto controlarnos y somos capaces de generar y/o aumentar el conflicto ya existente con tal de poder vaciarnos y desahogarnos. Incluso, a veces, buscamos el conflicto a propósito y conseguimos que en todo nuestro entorno y nuestro equipo reine el negativismo. He llegado a ver jefes que organizan reuniones inútiles fuera del horario laboral, generan roces entre sus colaboradores y ofrecen feedback destructivo. Todo ello para conseguir lo mejor de sus colaboradores, según dicen ellos, aunque bajo mi humilde punto de vista, sirve para mantener ese bucle de negatividad.
Por otro lado, existen voces, como Eduard Punset o Tali Sharot, que nos dicen que somos optimistas por naturaleza. Punset nos cuenta que somos optimistas por naturaleza ya que normalmente nos quedamos con los recuerdos positivos. Sharot, nos dice que la felicidad verdadera se ubica en la antesala de la felicidad. Cuando pensamos en lo que vamos a hacer, es cuando más contentos y felices estamos. Además, intentamos olvidar todo aquello negativo que está fuera de nuestro alcance: ojos que no ven, corazón que no siente. Intentamos olvidar las guerras, las desgracias naturales, la hambruna, pero también los riesgos al divorcio, a los accidentes en coche o moto, a la dificultad en criar y educar hijos, etc. Nos dice que somos felices porque creemos que somos mejores que la media, que las decisiones que tomamos son las correctas y que ante cualquier contratiempo habitualmente pensamos que podría haber sido peor.
Si aplicásemos la teoría de Punset y Sharot, entre otros, en nuestros equipos de trabajo, seríamos positivos y optimistas porque los errores servirían para aprender, no para despedir. Seríamos positivos porque reconoceríamos el trabajo bien hecho y no sólo los fallos. Seríamos positivos porque nuestro propio equipo sería optimista a la hora de intentar alcanzar acuerdos, objetivos y rentabilidades. Si Punset dice que la felicidad viene cuando pensamos que podemos conseguir algo, en nuestros equipos seríamos siempre optimistas porque pensaríamos en alcanzar los objetivos, en terminar los proyectos a tiempo, en salir de la crisis pronto. No tendríamos miedo de entrar en el despacho del jefe y saldríamos del trabajo silbando.
Si la teoría es tan bonita, ¿por qué la realidad es tan cruda? ¿Por qué cuando salimos del trabajo estamos de mal humor? ¿Por qué, cuando aparece un nuevo proyecto u objetivo, vemos principalmente lo negativo? ¿Por qué observamos lo peor de nuestros clientes, compañeros, jefes y colaboradores? Como responsables de personas, el positivismo debería ser uno de los valores más importantes que ofrecer a nuestros colaboradores. Dice la teoría que los resultados de un equipo se ven afectados entre un 30 y un 40 por ciento por el clima laboral. Si el clima de nuestro equipo fuera positivo y optimista, los resultados de nuestros equipos aumentarían ya que mejoraría la predisposición, el compromiso, la innovación, las ganas de trabajar en equipo, de crear sinergias, etc.
Muchos se preguntarán: ¿y el dinero qué? Mucho positivismo, pero a final de mes y de año sigo con mis congelaciones salariales o recortes. Mi respuesta sería: ¿cuánto vale tener un jefe que consiga hacerme querer ir a trabajar con optimismo? ¿Cuanto estoy dispuesto a renunciar por trabajar en un ambiente distendido, agradable y positivo?
Sería hacer algo tan “sencillo” como, entre otros elementos:
- Entrar con una sonrisa al trabajo,
- Dar los buenos días a los colaboradores o buenas tardes a tu jefe,
- Tener en cuenta el esfuerzo de las personas de tu equipo y no los errores,
- Observar la mejora y no la crisis,
- Comunicar de forma positiva los avances y resultados,
- Tener en cuenta las necesidades de tu equipo,
- Procurar mediar ante conflictos,
- Ofrecer feedback constructivo teniendo en cuenta la mejora continua,
- Ser un referente de positivismo para ellos,
- En definitiva, ver el vaso medio lleno y no medio vacío.
Creo que cada vez es más necesario tener en cuenta el optimismo que transmiten los jefes y responsables e incluso, considero necesario pensar en la posibilidad de evaluarlo y controlarlo para que no se disipe a corto plazo.
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