Quizás en la carrera profesional de una persona podamos establecer, como ocurre con la edad de las personas, ciclos.
Primero tenemos el de voy a demostrarlo y con este se inicia la vida laboral de muchos de nosotros. Estamos convencidos que somos diferenciales o por el contrario, pensamos que la suerte nos ha llevado a un sitio y que es ahora cuando debemos demostrar lo que valemos.
Pasada esa primera etapa, llega la de “me lo deben”, y con esta un sinfín de situaciones en las que las personas ya están convencidas de su aportación y, a la vez, esperando que alguien se lo reconozca. En esta etapa se producen muchas situaciones curiosas y se encuadran tópicos comunes en la mente de cualquiera de nosotros. Sin embargo, todo continua hasta el final, y por eso llegamos a la etapa del confort y desconfort, más extremo.
Ya tenemos una posición cómoda, un ámbito de responsabilidad, un equipo que nos reporta y mientras unos se marcan retos profesionales otros orientan sus retos hacia logros personales. Es aquí cuando de repente te encuentras con un amigo que llevabas tiempo sin ver y te enteras que está preparándose para un ironman. Tu reacción es la lógica en estas situaciones: no es posible, era una persona bastante normal, buscas y buscas justificación a la noticia, pero la realidad es que la comodidad profesional y un posible entorno de confort provoca, inexpugnablemente, la aparición de estos retos y demostraciones personales. Yo me encuentro en esta etapa, y el día que coincido con mis antiguos compañeros de colegio, con los que he pasado toda mi etapa pre laboral, uno descubre que somos pocos los que mantenemos un realismo pleno sobre nuestras posibilidades, orientando en todo caso, hacia el trabajo, nuestros esfuerzos extra.
Culminada esta etapa, y para aquellos que sobrevivan a las pruebas de esfuerzo, llega la etapa de la cosecha, y con ella los pensamientos de: me tienen que demostrar que, si no se produce esto o aquello yo me voy, no voy a perder el tiempo en un sitio que no sabe valorar lo que valgo. La vida es una prueba constante de demostraciones, pero las personas tenemos cierta tendencia a que la demostración sea más hacia nosotros, que a la inversa.
Y, por último, la etapa bipolar: mientras unos intentan pasar desapercibidos y tranquilos sus últimos esfuerzos laborales, otros se afanan por realizar, en un día, lo que antes les llevaba una semana. Me queda poco tiempo, la organización o el proyecto se quedará a medias, y surgen los pensamientos de que ocurrirá cuando yo me vaya, nadie terminará esto o aquello. La historia se repite y todos caemos en el mismo error, obviando que detrás de nosotros lo que venga será lo contrario a nosotros. Sin embargo, y para la agonía de los que pensamos así, las cosas seguirán, y nosotros no.
Con esta simplificación de los ciclos de un profesional mi pregunta ahora es: ¿qué ocurre en nuestras organizaciones que tienen una tendencia a replicar los ciclos de las personas que los visitan?
Las personas tienen creencias, y las compañías enarbolan valores, y en ambas (personas y organizaciones) tenemos quienes basan sus actuaciones sobre ellos y quienes dicen y hacen cosas muy distintas.
Las personas construyen relaciones, y estas también se replican en el mundo de las organizaciones, incluso en ocasiones se construyen sobre la misma organización, pero eso es otro tema que nos aleja de lo que estamos tratando…
Las personas tienen sentimientos, y ¡cuidado con herirlos! Algunos odios eternos tienen su origen en estos sentimientos. Las organizaciones se construyen sobre estos sentimientos, para lo bueno y lo malo.
Las personas tenemos pensamientos, y es aquí cuando surge el profesional pensador. Cuantos casos de estos habremos conocido en nuestro mundo profesional…
Las personas tienen criterios, y las organizaciones marcan sus normas (#estructuras organizativas People Excellence)
Y así podríamos seguir en esta comparación simplista de nuestro mundo conocido.
¿Dónde está la diferencia? Para mi claramente, en las personas. De repente llega alguien que piensa distinto, hace distinto, y las cosas se hacen de distinta manera. Estas personas logran mover las organizaciones haciéndonos pensar que son las políticas y procesos internos los que mueven en una u otra dirección. La realidad es qué desaparecida estas personas, el ímpetu se para y todo deja de fluir. La organización no logró sobrevivir, más que el tiempo prudencial de desmontaje a todas sus capacidades anteriores.
Somos las personas y no las organizaciones los que somos diferentes, somos las personas quienes generamos el valor en las organizaciones. Es nuestro esfuerzo, nuestra claridad, nuestra visión la que hace que una organización parezca y sea distinta. Lo peor de una organización no es el número de personas que restan con su día a día, sino el número de personas que no suman (#talento People Excellence)
A mi manera, como decía la canción, os animo a dejar vuestra impronta en lo que hacéis, a cambiar vuestras organizaciones, incluso a cambiar de organización si la ceguera de algunos os ubica en una organización hueca. El alma es algo exclusivo de las personas, pongamos alma en nuestro día a día, dando vida a una organización algo mejor. Después de nosotros la organización será otra, y así debe ser, pero ¡que no sea otra mientras estemos en ella!
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